miércoles, mayo 05, 2021

Novela Rosa: cuando algunas autoras se meten en camisas de once varas

 Desde siempre me ha gustado la Novela Rosa, o el género Romántica, como queráis llamarlo. De pequeña me leía las que mi madre había guardado de su juventud, o heredado de mi abuela. Eran básicamente historias de amor que a lo máximo de pornografía que llegaban era a cuatro besos tontos y apasionados, o al matrimonio (era todo muy católico, claro) con sexo entre asteriscos. Romance 100, Sex Ed 0, por decirlo de algún modo.

Os podéis imaginar mi asombro, siendo yo de la generación que creció sin internet, al descubrir a mis quince por dónde tiraba la Romántica actual. O a los veinte, al encontrarme repentinamente con el Universo de las Fanfics y el porno más tórrido jamás escrito, muchas veces gay. En el mundo de las Fanfics aprendes mucho, desde qué significa Lemon (hace poco lo tuve que explicar en mi trabajo y resultó muy divertido), hasta términos básicos como BDSM, Angst, MPreg, WiP y demás. Pasé de novelas francamente conservadoras (chico conoce chica, se gustan o no, se alteran hormonas, hay montones de sexo heterosexual y al final matrimonio y niños) al alegre (jaja, chiste) mundo del Todo-Vale. Harry Potter y Gundam fueron mis pozos de perversión favoritos durante bastante tiempo, y me lo pasé en grande. 

Aunque hay auténtica basura en el mundo de los Fanfics y eso es indiscutible, también hay obras maestras que le dan mil vueltas al original. Y debo decir que la cantidad y variedad (gratuíta, además, el sueño de cualquier lector compulsivo) de material que hay es bastante más interesante en algunos puntos que la de la tradicional Romántica, que no suele salir del esquema de "chico encuentra chica". Más aún cuando algunas novelas teóricamente buenas, de autoras reconocidas y publicadas por editoriales serias, se convierten inopinadamente en panfletos machistas. 

Y aquí llego al punto que me interesa. Me gustaría precisar que no tengo ningún inconveniente en que me vendan familia tradicional e hijos. Para nada. Vengo de una familia tradicional, y tengo una propia, imagináos. Por tanto que me cuenten historias de amor heterosexual con final de matrimonio e hijos no me genera ninguna angustia vital. Me parece bien, sé a lo que voy. Lo que sí me molesta es cuando dentro de ese dulce envoltorio barato de romance precocinado me comienzan a colar abuso sexual romantizado, sobre todo cuando viene con la excusa de "es que es Romántica Histórica y estas cosas pasaban". Ahí es cuando me erizo y digo "para el carro...".

Me explico: yo tenía poco más que dieciséis o dieciocho años cuando me compré una novela rosa histórica tórrida llamada La Gitana (Gipsy Lady), 1977, Shirlee Busbee. Entre otras becerradas, el protagonista masculino viola a la protagonista. Tal cual, sin excusas, la viola en una escena explícita en la que él, noble inglés, abusa sexualmente de ella por creerla gitana, plebeya y sexualmente activa. Descubre que es virgen durante la penetración y le pide disculpas (al parecer, si no lo hubiera sido, la violación sería un acto comprensible y moralmente correcto) y continúa violándola. 

En una novela ROMANTICA.

No puedo explicar el shock que me representó leer esta escena ni la indignación que me provocó. El protagonista es un ser amoral, un violador, un tipo que abusa de la indefensión social de una clase menos protegida y te lo intentan vender como héroe romántico, intentan que empatices con él. A todo esto, la escritora es mujer e intenta que compres la idea de que vivir con semejante abyecto personaje, que casarse y convivir con un violador es un final feliz. A la que pude me deshice de este material. Yo era joven, pero no me apetecía leer panfletos pro-violación. Soy así de rarita. 

Una pequeña nota que me gustaría añadir es que no era la primera vez que me colaban una violación en una novela romántica. En El Hombre que Amó Demasiado, de Patricia Montés, hay una trama que bien podría haber pertenido a una película de terror psicológico: una joven en plena depresión acepta casarse con un señor que le parece majo y esas cosas. La noche de bodas se da cuenta de que ha cometido un error terrible, se echa atrás y le pide a él que pidan la anulación ya que no han consumado el matrimonio, así que él decide que ella se queda sí o sí y la viola (entre asteriscos, que era otra época y no les iba el porno explícito para chicas). A partir de allí ella se encuentra en un aislamiento casi total, con la única compañía de la familia de criados de él, y se produce una lenta transición (síndrome de Estocolmo mediante, supongo) hasta el final feliz en que ella le perdona todo y son un matrimonio completo y satisfecho.

Terrorífico.

Valga decir que la mayoría de autores y ejemplares de novela Romántica no son así. Autoras como Nora Roberts pueden ser muy sureñas y ponerte al amigo gay negro que siempre muere para que los protagonistas blancos heterosexuales sigan con su trama, pero el Fridging (habitualmente practicado en mujeres) me altera un poco menos que la defensa de la agresión sexual, aunque también sea un prejuicio notorio. Pero la buena de Nora y sus "yo tengo un amigo gay"es bastante más inofensiva comparada con otro ejemplo de "esto es histórico, voy a venderte un panfleto pro-abuso en nombre del amor"que me acabo de encontrar.

Pongámonos en contexto. Llevo cosa de un mes tratando de escribir mi propio ejemplar de Romántica, con resultado irregular por motivos de tiempo y familia. Mis personajes son un poco particulares, mi vena Monsterfucker ha decidido adueñarse de la trama, y desde luego no puedo acusarme a mí misma de haber escrito una historia conservadora y heterosexual. Tampoco exactamente LGTB, ojo, sólo un poco rarita, igual que yo.

Para inspirarme a escribir las escenas de sexo tórrido y no quedar como una imbécil tras declarar a varias amistades y familiares "todo el mundo es capaz de escribir porno", me puse a leer, por supuesto. Después de tirar un poco de la maravillosa Grace Draven, que escribe Fantasy con Romántica de una forma perturbadoramente bella, con personajes atípicos, fuertes y bien definidos que hacen una delicia su slow cooking de las relaciones, decidí optar por otra autora que también me gustó: Laura Lee Guhrke.

Esta última señora tiene en su haber una obra que considero maestra de la Romántica: Y entonces él la besó. Resumiendo mucho, tenemos una protagonista de treinta, su contrapartida masculina de treinta y cinco, y ella es su secretaria. Un día por una serie de eventos que no voy a explicar, se da cuenta de que su jefe no la valora en absoluto. Sucede una escena que le parte a una el corazón (tiene que ver con una tienda y un abanico, y hasta aquí puedo leer) y que la decide dejarlo todo y dedicarse a su vocación, escribir. A partir de allí empieza toda una pelea interna de la protagonista para definir en su vida qué diablos es "ser buena chica", y que culmina en la inmensa frase "quiero mi primavera". El libro entero, de unas doscientas páginas si llega, es una delicia. Un viaje de autoconocimiento, una exploración del placer personal contra la normativa del siglo XIX, la rebelión del yo sensual contra la rigidez de las formas y el qué dirán, y me hace llorar cada vez que la leo. 

Como se puede deducir, nada en esta novela me había preparado para The Marriage Bed, tercera novela de su ciclo de cuatro Guilty Series. La primera es floja, la segunda tiene sus momentos, y en todo momento la autora deja claro su gusto por un prototipo masculino de hombre del XIX centradísimo en juergas, obsesiones particulares, y mujeres en general (en su mayoría cortesanas, porque así evitan el tema emocional para ir directos a lo carnal, claro). La serie tiene sus más y sus menos, pero su tercera entrega no tiene desperdicio.

Empezamos con un señor noble inglés que al morir su padre se encuentra en situación ruinosa y cubierto de deudas, entre ellas con las susodichas cortesanas. En vez de vender propiedades o buscar forma de crear negocios, o incluso trabajar (algunos nobles lo hicieron, por muy bonito que quede el tópico del noble que antes muere de hambre que mancharse sus blancas manos, y no lo digo yo, lo dice la Historia), tira por lo fácil y se busca esposa rica. Esto me genera ya un cierto desagrado por el personaje, que es un prendas y un puto vago, más comparado con las mozas de las novelas previas que, abocadas a la ruina y la miseria más absoluta, se buscan trabajos de horarios inhumanos para salir adelante, pero claro, él es un hombre. No obstante, por ahora aún es un argumento que, aunque algo molesto, resulta aceptable por lo manido. Sigamos.

Encuentra moza, claro está, la seduce, le miente diciendo lo muy enamorado que está de ella, y se casa con ella aunque la familia esté en contra. La moza tiene diecisiete años, él veinticinco, y tienen sexo tórrido que se recuerda con mucha añoranza a lo largo de las páginas. Podría ponerme a hablar de Grooming, de materialismo, de oportunismo y hasta de pedofilia llegado este punto, y seguro que alguien salta con lo de "pero es que en su época...". Ajá. Pero es que recordemos que no estamos leyendo un libro de Historia. La Romántica Histórica es a la Historia real lo que el fanfic escrito por una chica de dieciséis años, lleno de MarySues y escenas absurdas de romance forzado, a una buena novela. Sé de abusos sexuales que abarcan desde la Antigüedad, de esclavismo y hasta de bellísimos poemas erótico festivos dedicados a niñas de seis años. De la Edad Media y los matrimonios de jovencitas de trece años con viejos tampoco vamos escasos. También podemos ponernos a hablar de porno infantil en la actualidad sin ir tan lejos en el tiempo, pero imagínate que cuando cojo el género Romántico no es lo que me apetece leer. Y aunque está muy bien dedicar tiempo al arte y ensayo, a la cultura real, a la denuncia social, y hasta a la literatura del Holocausto si te apetece (y a veces lo hace, lo juro), no tengo por qué tragar con Lolita de Nabokov si yo venía buscando Heidi. O porno para adultos, qué más da.

Pero prosigamos: el tipejo, que ya ha pasado de caerme mal a darme asco, paga a su cortesana con la dote de su recién estrenada y flamante esposa menor. Ella lo descubre, en parte gracias a que el mozo es tan discreto que todo Londres se entera y comenta delante de la pobre moza, y le arma un pitote a su querido esposo. El argumento de él arrasa en escala de convicción: desde que se casó con la nena, ya no se va de putas, que ya va comido de casa y para qué pagar fuera. Un modelo de virtud incomprendida, el pobre. Su señora, que recordemos que tiene diecisiete años, le cierra la puerta del dormitorio (básicamente negándole sus derechos al tálamo nupcial) y le manda a freír espárragos algo enfadada. Él, que es el adulto de la relación, que sabe perfectamente que ella tiene razón al acusarle de mentirle, de fingirse enamorado, y de ligársela por el vil metal, se encoge de hombros filosóficamente, la trata de histérica y exagerada, y le da un mes para que se le pase.

Ojo, la incomprensiva y rígida es ella, ¿eh?

Como él es tan buena persona que no va a forzarla aunque está en su derecho (históricamente cierto, y un tema en el que insisten bastante para demostrar lo majo que es él en el fondo, buah, buah, que bueno es que no la viola), decide que como no puede tener el pito quieto, que eso es muy duro, se va a echar amantes hasta debajo de las piedras. Dichas mozas se las encuentra la legal en distintos eventos públicos, porque eso de la discreción ya ha quedado claro que no va con el tiarrón sensual, y básicamente consigue que la humillen su colección de alegres escarceos. Pública, reconocida y constantemente, ya que se mueven en los mismos círculos sociales. Y la culpa es de ella, por negarse a encamarse con él, la muy frígida.

Resumiendo: Grooming, desvergüenza e incapacidad de reconocer sus errores o de ser más maduro que una adolescente a la que él había seducido pero a la que no hace mínimo esfuerzo de reconquistar cuando sabe que está perdidamente enamorada de él, humillación ante las amistades porque él "es un hombre" y eso de ser castos no va con la etiqueta de machote, todo ello durante varios años, que son entre siete y nueve dependiendo de en qué punto leas de la novela, no sé si la autora misma estaba harta del tema y se despistaba también. Será que yo tengo muy buena opinión de los hombres en general y de mis amistades masculinas y familiares en particular, pero esta descripción no sólo me rebota por lo que implica hacia la chica, sino porque da un retrato de los hombres como bestias insaciables que si no la meten en remojo no pueden ni dormir, no sea que les dé una migraña o se les caiga el pene, supongo. 

Mi cabreo iba subiendo exponencialmente, pero entonces viene la guinda: por hermoso McGuffin, él descubre que tiene que tener herederos, y en vez de decidirse por adoptar va a por su mujer, a recordarle "sus deberes", a amenazarla ley en mano con escarnio público y pérdida de lo único que le queda a la pobre que es su vida social y su buena reputación, y procede al más vergonzoso acoso sexual que haya leído jamás, porque "eres mi esposa" y es lo que toca. 

Ahora estoy oyendo de nuevo a los que dirían "pero históricamente hablando es propio de su época y fiel a las leyes del momento". Sí, señores, también es propio del Imperio Romano la violación sistemática de esclavos prepúberes y no veo por qué alguien tiene que regodearse en el tema si no toca, aún en el caso que tenga que hablar de ello si trata un estudio serio sobre esa época y sus costumbres. Siguiendo con la corrección histórica, imaginaos lo que habrían cambiado las películas de Los Diez Mandamientos o El Príncipe de Egipto con una explicación detallada de niños lactantes muertos por sobredosis de opio, que es lo que les daban si lloraban mucho. O Ben Hur, Gladiator o Espartaco si hubiesen hablado de letrinas públicas con ratas en su interior y de tratar heridas con escrementos de cabra. ¿Histórico? Sí. ¿Necesario? Muy cuestionable. 

Y este tipo amoral, mentiroso, pedófilo, groomer, aprovechado, putero, acosador y abusivo, sin ningún escrúpulo a la hora de humillar a su pobre señora, es el protagonista masculino con el que debo empatizar. Porque es históricamente correcto.

Y a mí se me ocurre que históricamente correcto es también el sufragismo, el asesinato y el lesbianismo. Existen. Existieron. ¿Por qué la pánfila de la protagonista, que te insisten en que es mujer de carácter y lo demuestra discutiendo sin cesar con el crápula de su marido, no mata al tipo discretamente con veneno? La medicina no era gran cosa, ni la investigación policial. Y tiene familiares poderosos, seguramente se habría salido con la suya. ¿Por qué no se pone a quemar corsés y a luchar por sus derechos, que repetidamente le echa en cara su marido que no tiene por ser mujer? Ya había pasado la Revolución Francesa, ya había pasado Mary Wollstonecraft, Mary Shelley, y otras muchas. ¿Por qué no se fuga a Europa y se encama con su secretaria, que es un encanto y parece requetemona, al menos en las cuatro páginas si es que llega que le dedica al personaje? Ah, no, perdón, que no hablamos de Historia, hablamos de Romántica y lo importante es el Amor. El Amor heterosexual (gracias, Teloresumoasínomás).

Y ahí es donde se le ven las orejas al lobo, porque sí, el tío es un gilipollas amoral muy de su época, pero en cambio la autora decide ignorar cualquier atisbo de realidad histórica que pudiera aportar algún punto de apoyo a la acosada protagonista. Porque seamos históricos, pero no nos pasemos, no sea que la realidad sea más compleja y no nos guste, o que nos guste menos que lo que intentamos vender: Que una mujer debe perdonárselo todo a su marido, agachar la cabeza, follar mucho y tener hijos. Y eso es un final feliz.

Llegados a este punto tuve que parar, agarrar algunos ensayos de la buena de Rebecca Solnit y darme un buen baño de crítica social feminista para refrescarme las ideas (aunque podría haber tirado por Señoras que se empotraron hace mucho, de Cristina Domenech, que también es divertido). Era eso o vomitar. Porque ciertas moralinas son demasiado transparentes, demasiado manipuladoras, y no cuelan. 

Dicho esto, me sigue encantando Y entonces él la besó. Creo que fingiré que la buena de Laura no ha escrito nada más y así seré más feliz. Espero encontrar pronto otra escritora Romántica que llene el hueco y me inspire para el porno, porque creo que mi base de datos de Fanfics guarras decentes se borró en algún momento entre ordenador y ordenador.

Sic tansit Gloria Mundi!

miércoles, septiembre 16, 2020

Musicales: Love never dies VS Hamilton

 Cuando empezó el encierro por la pandemia en marzo, hubo una recaudación para el hospital de Nueva York, que estaban totalmente saturados. Para captar fondos, alguien tuvo la brillante idea de emitir musicales por Youtube de forma que los beneficios por visualización. El ¨Yo ya he donado¨ nunca tuvo más fuerza y sentido que en ese momento, ya que el primer musical seleccionado para este bienintencionado experimento fue Love Never Dies

Para los que no conozcáis gran cosa de musicales, comentar que este engendro es la segunda parte de The Phantom of the Opera, basada en la novela homónima y a la que es extremadamente poco fiel, de la que hay una versión en película bastante flojita con Gerard Butler en el papel del Fantasma, cosa que queda realmente mal debido a que el actor es demasiado guapo para el papel y no da la talla en cuanto a voz. Mi Phantom favorito es el de Michael Crawford, que le sabe imprimir un tremendo aire de locura desquiciada y desgarro, y que a nivel musical es inmenso, pero podría haber perdonado la buenorrez, con perdón, de Gerard si no fuera por todo el resto. Una Christine a la que hubo que adaptar las canciones porque no llegaba al registro. Una orientación al romance con el ¨monstruo¨, que no deja de ser un viejo pederasta deforme acosando mediante mentiras a una adolescente. Y aún así, no me disgusta del todo, porque soy masoca y porque en esos tiempos del estreno cinematográfico (que fui a ver al cine) no podía disponer de la versión íntegra con Crawford y Sarah Brightman en su primera actuación. Si vais a ver el musical, es la única mínimamente interesante, pese a lo edulcorado de la trama, porque respeta lo suficiente la figura del monstruo para entender que es el villano, por mucha lástima que pueda dar a ratos. La otra versión realmente potente del clásico (que no es más que una versión Broadway de una novela gótica a la que no hay que exigirle demasiado a nivel trama o trasfondo) es la miniserie que hizo la BBC con CANTANTES DE ÓPERA y números operísticos reales. Fausto, señores, Fausto. Nada más que decir.

Pero como siempre, me distraigo del tema principal. Love Never Dies intenta ser una secuela, no de la novela original, ni de la historia narrada en general, o de la versión blanco y negro, ni siquiera de la primera versión del musical, sino de una visión deformada por el propio autor del musical... Es como una fanfic de pésimo gusto y nula calidad. Es dañino, pesado, amoral y degradante para aquellos que tuviéramos mínimo interés por los personajes del drama musical original. Después de un número de apertura decente y hasta bonito de escuchar, Til I hear you sing, Andrew Lloyd Webber demuestra estar totalmente gaga en una suma de despropósitos que parece más ganas de vengarse de la que fue su actriz y cantante fetiche, Sarah, que de contar nada con cara y ojos. La vergüenza ajena invade al espectador al intentar establecer paralelos entre los personajes del primer musical y los monigotes sin alma que desfilan ante sus ojos horrorizados. Números musicales ridículos, canciones ñoñas y cargantes, personajes inconsistentes, escenografía que parece mala copia de Moulin Rouge o de Greatest Showman, reacciones ridículas, justificaciones de la pederastia y la violación, enfrentamientos en que un asesino en serie le pega la bronca a un marido cornudo por haberse dado a la bebida cuando hasta su hijo pasa de él (toda la autoridad moral está de parte del asesino, claro), escenas de grooming a menores, débiles excusas para justificar lo que en manga llaman Harem (osea, todos los personajes femeninos, venga o no a cuento, enamorados del Phantom), la mayor muestra de irresponsabilidad parental en pantalla nunca vista, niños que pasan de su padre para irse con un tío con máscara que acaba de conseguir que maten a su madre... Todo mal.

Para poner a los pobres espectadores confiados en que el fiasco no puede ser tan grande en antecedentes, Andrew compuso The Phantom of the Opera para Sarah Brightman, que empezaba su carrera como cantante en aquel momento y tenía un cierto aire de ingenua requetemona. A Andrew, que ya tenía su edad y una carrera como compositor de musicales, la moza le debió poner muy borrico e hizo una proyección, aún por suerte velada, para la obra musical. Interpretada por un acertadísimo Michael Crawford como loco, deforme y algo anciano mentor enamorado de la jovencísima cantante, sin llegar al asco que inspira el monstruo de la novela, consigue un resultado muy apañado y decente. Luego Crawford se retiró y empezaron a meter a actores menos afeados, de interpretación más grandilocuente que enfermiza, y empezaron también los desbarres en los que la protagonista parecía enamorarse más o menos del tipo que finge ser un ángel enviado por su padre. Ahá. Todo mal de nuevo. Sarah al cabo de un tiempo se largó, hizo su carrera profesional con montones de actuaciones, discos, y hasta alguna película que otra (está realmente magnífica en Repo the Genetic Opera), se casó, tuvo hijos, vamos... hizo su vida, lo que viene a ser normal, lejos del tarado obsesivo de Andrew. Y entonces Andrew sacó la segunda parte.

No puedo resumir eso porque tendría que volver a verlo, y el único motivo por el que lo hice la primera vez fue por donar, y porque estaba sosteniendo una conversación on-line con mi amiga Carmen preguntándonos qué hacíamos viendo aquello, y si realmente nos preocupaba tanto donar al hospital de Nueva York. Es, definitivamente, horroroso. Todo es una excusa para que un viejo al que su amante más joven abandonó explique, desde su punto de vista, por qué es correcto raptar y violar a una menor, ya que mediante mentiras y engaños descubre que al final ella siempre le quiso y el hijo que tiene de su matrimonio es del violador, porque todo el talento musical del niño es herencia del padre. El que la madre fuera una gran intérprete no tiene nada que ver, claro. Niño que no tiene problema, por cierto, en que ridiculicen a su padre putativo, que su madre se convierta en un pendón desorejado vestida de pavo real (literalmente), o que el que dice ser su padre biológico sea un asesino, violador, y lo rapte también a él para continuar en una escena de grooming rozando lo pedofílico difícil, muy difícil de tragar. Un delirio enfermizo de viejo rencoroso proyectando sus neuras sobre inocentes personajes que no hacía falta maltratar así. Y la música, por Dios. Si al menos fuera el caso de que los números musicales, si cierras los ojos, fueran salvables. Ni eso. 

Mi único lamento al terminar el horror es que el niño no espabile medio milímetro espiritual, deje de parecer un consumidor contumaz de heroína (porque algo tan flojo como la marihuana no justifica el nivel de cuelgue y falta de autoconservación del niño en cuestión), y le pegue un par de tiros a la asesina de su madre maltratada y acosada de nuevo por su stalker, violador y maltratador emocional, y al susodicho. O que lo empuje al mar. Cualquier cosa, pero no ese final edulcorado y totalmente vomitivo sin pies ni cabeza.

A mí me encantan los musicales, en serio. Los amo. Sigo viendo las reposiciones televisivas de Siete novias para siete hermanos y me preocupa cero que sea machista, desfasada, etc. Es fruto de su época y a quien no le guste que no la mire, pero yo disfruto como una enana. Y me encanta Sweeny Todd (musical, no ese horror con Johny Deep haciendo el ridículo), y podría seguir con una larga lista, pero dejémoslo aquí. Hasta los musicales de Bollywood me gustan. Pero esto había sido muy duro, hasta para una incondicional como yo.

Por suerte, ayer recuperé la fe tras tan duro golpe. Y el responsable de ello es Hamilton, disponible en Disney Plus.

Hamilton tiene dos premisas que deberían haberme echado atrás. Primero, el tema. Es una biografía política sobre los ¨padres fundadores¨ de Estados Unidos, en concreto de Alexander Hamilton. Not my coup of tea. Segundo, la forma. El 100% de la obra es musical, y la mayoría de números son de rap. Y no soy precisamente fan del rap, pero extrañamente funciona de maravilla. Con un casting interracial que incluye al doblador del padre de Moana como George Washington y a cantantes de color interpretando entre otros a Lafayette, debería resultar un panfleto infumable sobre la interculturalidad y la grandeza de USA. Y no, funciona porque es espectacular a nivel musical, a nivel de coreografías, a nivel de personajes, a nivel de guión. Es irreverente, ningún personaje (salvo tal vez Eliza) carece de claroscuros, tiene muy claro que las personas históricas en que se basa no eran precisamente infalibles y de hecho, los hace meter la pata, y empatizas. Empiezas con un protagonista insoportable al que todo le sale bien de pelota y un amigo/antagonista al que tienes simpatía, y a lo largo de la segunda parte le dan la vuelta a la tortilla. Y esos tres números musicales con el Rey George, con la mirada en blanco y soltando babas mientras canta desquiciadamente cómo te va a mandar a sus tropas a matar a tu familia y amigos para recordarte que te quiere son increíblemente delirantes, cómicos y terribles a un tiempo. La pobre Angelica y su desgarro inmenso, la insatisfacción de Burr, el cansancio y resignación de Washington, el tránsito del protagonista, las peleas de gallos entre él y sus oponentes políticos. Si las discusiones entre diputados fueran rapeadas, creo que me interesaría más la política, más cuando hay tremendas puñaladas referentes a la falta de moralidad del esclavismo y otras perlas. Y Eliza, atrapada en todo ello, madre, esposa, engañada, desgarrada, desdeñada, pero contando su historia pese a todo.

Escenografía de diez, coreografías complejas y simbólicas tremendas, personajes complejos, un guión sin concesiones y sin pausas, no sé qué más decir. Me invade el amor. De veras, me invade el amor. A veces hasta la propaganda histórica rapeada es redonda. Y en este caso, lo es.

Consejo: no lo veais cansados, a la vuelta del trabajo, porque es tan intensa que agota. Pero si tenéis un ratito, o mejor dicho tres horitas y buena compañía con la que comentar después, es muy recomendable.

Resultado: Love Never Dies KO en cuanto acaba el primer número musical, Hamilton vencedor indiscutible y una de las mejores cosas que he visto este año, así en general.

martes, mayo 05, 2020

Dos libros, dos puntos de vista: Los Amnésicos y El Gran Delirio

Hace demasiado que no dejo reseñas sobre los libros que leo últimamente, más que nada por una falta total de tiempo. La verdad es que me he salido bastante de mis gustos habituales (Ciencia Ficción y Fantasy en su mayoría) y me he dedicado a bucear en toda clase de géneros, para variar. Esto es culpa, en gran parte, de un exceso en el consumo de lo que sí me gusta. Incluso lo bueno cansa, dicen, y dado que viajar a Barcelona en tren me permitía leer bastante más de lo que podría yendo en coche o andando al trabajo, mi consumo de libros aumentó. Exploré autores nuevos, probé autóctonos muy interesantes (recomiendo si no la conocéis a Libertad Delgado, que tiene una capacidad tremenda de escribir novelas entre lo histórico, lo fantástico, lo psicológico, lo terrorífico y lo sencillamente descacharrante) y me reencontré con algunos viejos amigos ficticios como Harry Dresden o Merry Gentry. Ah, y acabé la saga de los Heroes de Moore y me leí su novela corta The CEO can drop dead, en un registro realista, sobre el acoso laboral.

A lo que iba, dos de mis lecturas recientes han sido dos obras de ensayo sobre el nazismo, sus causas o consecuencias, y la Segunda Guerra Mundial. Mi único problema ha sido que, de volver a leerlas, invertiría el orden. Me equivoqué y leí la más seria después. No cometáis mi error.

Los amnésicos: Historia de una familia europea, de Géraldine Schwarz, es un concienzudo ensayo sobre el olvido y el echar tierra a los asuntos que nos desagradan o nos dejan en mal lugar. La autora reflexiona de forma muy aguda sobre los efectos de las excusas, del olvido, del no querer aceptar responsabilidades morales. Dado que habla inicialmente de su familia y sus reacciones al régimen nazi, hay una tensión terrible al tener que juzgar a los propios familiares, y lo que hace fascinante la lectura es el rigor y la seriedad con la que aborda el tema del "hombre medio", el que no desfilaba y mataba pero tampoco se implicaba para ayudar, el que se aprovechaba de la ruina ajena pero guardando hasta cierto punto una conciencia tranquila. Los resultados de sus análisis son bastante escalofriantes, y cuando empieza a aplicar ese mismo análisis a otras situaciones históricas, desde el genocidio armenio hasta las actuaciones de Francia en África, desde los crímenes cometidos por desidia hasta la gente que hace la vista gorda para ahorrarse problemas, y llegando finalmente al nuevo auge de movimientos de ultra derecha, te hace reflexionar sobre la necesidad de aprender la Historia, de investigar, de conocer, y tal vez de perdonar pero nunca de justificar.

El gran delirio: Hitler, drogas y el III Reich, de Norman Ohler, entra en otras consideraciones. Desde su leve pincelada al Imperialismo y sus desmanes con el opio, hasta el gran apoteosis de la metamfetamina usada a destajo por el ejército alemán durante la Segunda Guerra Mundial, Norman es capaz de contarte auténticas atrocidades con un desparpajo y una ironía que a ratos te puede provocar una mezcla de hilaridad y espanto. Lo que cuenta está rigurosamente estudiado, citado, y cuando no sabe algo no finge saberlo (¡gracias autor!). Yo conocía el uso de las drogas en el ejército (informémonos sobre el Vietnam, por poner un ejemplo), y también sabía ciertas cosas sobre el uso de estas por parte del III Reich, merced de un marido psicólogo que entre otras cosas ha estudiado algunas vertientes de psiquiatría y el uso histórico de las drogas farmacéuticas. Pero lo que hay relatado aquí es otra cosa. Lo que te cuentan aquí es un delirio, un despropósito, un abuso irresponsable al límite. Muchas cosas que sabía sobre el III Reich, incluyendo los exterminios, victorias y derrotas, y uso de campos de concentración (imprescindible leer a Primo Levi, entre otros), quedan iluminados de una forma bastante más descarnada. La capacidad de trabajo y la profesionalidad de los ejércitos nazis se te derrumba, y escenas tan espantosas como el sacrificio de niños de 12 y 14 años ahogados en minisubmarinos y en estado delirante por el uso de drogas pone la piel de gallina. El autor te lo cuenta con ironía, ya que hay cosas demasiado terribles para explicarlas sin humor o sin censura política, así que el autor tiró por una opción que me parece tremendamente inteligente, como es usar un punto de burla sutil sobre todo el tema. Hitler hinchándose a vitaminas y vísceras animales en descomposición en vena (el vegetariano, sí), el alto mando abusando de toda clase de substancias, la industria farmacéutica haciéndose de oro mientras los soldados pedían metamfetaminas como si fueran caramelos para la tos. Inmenso, espantoso, y lamentablemente aplicable a ciertas situaciones modernas. ¿Pues no es hoy la cocaína la "droga de la gente guapa"...?

Si os apetece aprender, reflexionar, e incluso echaros alguna risa a costa de lo peor de la naturaleza humana, y que en mi opinión no nos queda tan lejano hoy día, estos dos libros son de lectura obligada. El primero, para los que nos gusta pensar que podemos llegar a tener conciencia y hacer un poco menos malo el mundo, el segundo para los que estén interesados en el uso abusivo de estupefacientes en la guerra, en conocer un poco el lado más lamentable del III Reich y descubrir que no todo eran monumentos, desfiles, uniformes de diseño, o los horrores de los campos de exterminio, o simplemente por curiosidad sobre la naturaleza humana y qué nos lleva al exceso, con todas sus terribles consecuencias, matanzas, genocidios, guerra, pero también autodestrucción por estupidez.

Muy recomendables.

Receta de hoy: hinojo con boniato

Habitualmente cocino un poco de todo, siempre que tenga tiempo. Me gusta tanto los fideos chinos con pollo y espárragos trigueros, como las lentejas al curry, como una buena tarta de zanahoria. Sin embargo, tras tres días intensos en lo cárnico (en el mercado uno de mis puestos favoritos tenía la panceta cruda barata, y no me pude resistir a preparar panceta con hinojo), hoy ha sido vegetariano. No muy estricto, porque he añadido nata para hacer las cosas más melosas, pero bastante vegetariano. Como estamos todos de encierro, aunque ya a la salida, y mi hijo me ha pedido que apunte algunas recetas para que no se pierdan, ahí va eso para los que quieran probar. Es bastante sencillo y queda delicioso.

Se necesita:

-Aceite, yo uso de oliva pero al criterio de cada uno.
-Un hinojo entero.
-Un boniato de buen tamaño.
-Una cebolla hermosa.
-Nata de cocinar.
-Un vaso de vino blanco.
-Caldo vegetal (yo he usado el de hervir la col y la patata del día anterior).
-Sal y pimienta.

Primero, se pica la cebolla y se pone al fuego con aceite y sal (la cebolla, como me enseñó una amiga cocinera, se hace mejor si se le echa un poquito de sal). Lo he puesto directamente en la bandeja que luego irá al horno. Mientras la cebolla se dora ligeramente, se corta el hinojo entero a rodajas finas. Si eres de los lentos cortando, como es mi caso, te dará tiempo a que la cebolla se haga ligeramente. Si eres extra-rápido como los cocineros profesionales, tendrás que esperar un poquito. Y si eres más lento que la media, quizás debas bajar el fuego o picar todo y dejarlo preparado en platitos para irlo echando cuando cada elemento esté listo. Depende un poco de la velocidad de cada uno, que no todos somos Gordon Ramsay (desde aquí toda mi admiración por su slow roasted pork belly o panceta, os pongo el link aquí para los más carnívoros).

Una vez echado el hinojo sobre la cebolla, echas un vaso de vino para que se evapore. En ese momento la cocina olerá a gloria. Aprovechad para ir cortando el boniato en rodajas (se puede hacer pelado pero yo lo suelo lavar bien y ponerlo con piel, me da la impresión de que queda más gustoso así). Se echa por encima y se baja el fuego. Entonces se echa el caldo y se deja que hierva un poco mientras se precalienta el horno a 200º. Se echa la nata pasados unos cinco minutos de hervor, un poco de pimienta recién molida por encima, y al horno.

Recomiendo para que se haga bien darle un golpe de calor de unos 15-20 minutos y luego bajarlo para que se haga más lentamente unos 30-40 minutos. Todo dependerá del horno, porque por desgracia yo voy muy a ojo. Tras varios cambios de casa y tener que ajustar mis tiempos de cocción cada vez a nuevos fogones, inducción, y varios tipos de horno, me he convertido en ese tipo de cocinera que mira por el cristal y dice: "creo que ya está, ¿qué te parece?"

Se puede acompañar de un arrocito, por ejemplo un basmati con un toque de hierbas y mantequilla y quizás unos guisantitos. Yo he servido, en el sobrante del caldo vegetal, una quinoa con col y brócoli. El resultado es un plato muy colorido, con el dulce del boniato y la suavidad melosa del hinojo que entran deliciosamente junto con la quinoa, en este caso. También podéis usarlo para acompañar una hamburguesa o un vigoroso trozo de carne, ahí cada uno. Mi opción ha sido totalmente vegetariana y con los niños ha triundado mucho.

La próxima vez, haré fotos para que veáis el resultado (los niños y mi marido no dejaron muchos restos para enseñar). Saludos y si lo probáis, dejadme un comentario con vuestras impresiones.

¡Quedaos en casa y cuidaos!

lunes, febrero 03, 2020

Terramar la película: tópicos y galletas de la suerte

Al estar con una gripe de aquellas épicas, he aprovechado que mis peques estaban en el cole para hacer algo que tenía pendiente por pura fidelidad friki: ver la película de Terramar de dibujos animados del equipo técnico que fuera Estudio Ghibli, que nos ha dado delicias como Porco Rosso, Nausicaa del Valle del Viento, El viaje de Chihiro, El Castillo en el Cielo y otros.

Si algo esperas de cualquier cosa que implique a Ghibli, aunque ya no sea Ghibli concretamente, es excelencia en la animación. El guión puede ser más o menos denso debido a diferencias culturales, como en el caso de la Princesa Mononoke, o incluso incomprensible por mala adaptación, como el Castillo Ambulante, pero la animación tiene siempre una maestría innegable, el diseño de personajes es manido pero amable, y en general empatizas rápido con ellos y con la trama. El ejemplo de El Castillo Ambulante es particularmente ilustrativo: se saltaron a lo grande toda la línea argumental de la novela en la que está basada, que por cierto es excelente, y montaron un batiburrillo de conceptos e imágenes que se sostienen por su potencia, no por su coherencia. A mitad de la película estás preguntándote qué rayos pasa y el porqué, y ese porqué no llega a explicarse jamás; pero merced del buen hacer de los animadores y de la belleza exquisita de diseños, tanto de fondos como de aparatos ciber-punk varios, te da igual todo. Es un viaje sensorial delicioso, y la película te gusta, aunque seas incapaz de explicar qué narices ocurría realmente. A menos que leas el libro, momento en que las infidelidades a la historia se convierten en un facepalm épico, claro.

Partiendo de esta base, y sabiendo como sabía que todos los fans habían encontrado la adaptación aberrante, me puse en plan sofá y manta, té caliente, y me dispuse a ser mecida por las delicias de una peli Ghibli random, con mala adaptación de las fabulosas novelas de Terramar.

Craso error.

Terramar es un despropósito terrible. No sólo carece de coherencia, como la citada El Castillo Ambulante. El ritmo brilla por su ausencia, los personajes están pésimamente animados hasta el punto de parecer dibujados por un crío que imitara el estilo, las frases profundas y las escenas potentes están tan mal hilvanadas que todo se desmorona rápidamente. El guionista intenta adaptar La Costa Más Lejana, pero añade toques argumentales de Tehanu, referencias incomprensibles a La Tumba de Atuán, te incrusta a la fuerza la trama principal de Un Mago de Terramar adaptándola a otro personaje y sin ningún sentido ni resolución robándole todo su interés, y luego le mete gotas de En El Otro Viento, porque sí. El resultado es que algunas frases sencillas pero profundas se convierten en un festival de galletitas chinas de la suerte. Los exquisitos fondos de Ghibli son deliciosos en el primer cuarto de película. Luego, sin motivo alguno, la acción -por llamarla de alguna manera- se traslada a la cabaña de Tenar, y los animadores parecen aburrirse de lo que están haciendo, pasando a una serie de imágenes sosas, aburridas, que le quitan el único placer que proporcionaba la película, las hermosas imágenes de tarjeta postal. El castillo del malo final otro tanto: el diseño no está mal, pero a merced de una paleta de color monótona, aquello se transforma en el festival del tedio. Y podría dedicar páginas enteras a por qué no me gusta el tratamiento de Terrhu, convertida en una niña Ghibli genérica rescatable. Puedo entender que tratar el tema del abuso infantil y la desfiguración de una cría de ocho o diez años no es algo para meter en una película para todos los públicos, pero bien que le ponen un presunto violador por ahí, así que podrían haber dado un paso más y dar el pastel entero. Pero no, te dicen que "sus padres la maltrataban, y la quemaron". Fin. Ni brazo inútil, ni explicación de por qué los dragones la adoptan, ni por qué se llama como se llama... nada.

Capítulo aparte me merece Tenar, a la que en un mundo donde todos van con doble nombre, citan por el suyo real, desvirtuando toda la ambientación. En esa etapa de su vida la llamaban la Araña Blanca, y era una viuda bien considerada por los vecinos. Aquí queda convertida en la bruja del pueblo a la que tienen algo de miedo, pero luego es una inútil total que sólo sabe gruñir a todo el mundo. Y la sutil historia romántica entre ella y Ged queda resumida en un "eres patético, Archimago, enamorado de esa mujer". Sobre explicando cosas innecesarias, y dejando cuatro tramas mal mezcladas sin suficiente tratamiento para volverlas, ya no comprensibles, sino simplemente digeribles.

El remate son los personajes malos random con diseño random Ghibli que sueltan carcajadas villanescas al aire. Innecesarios, molestos, irritantes y tristes hasta decir basta. Y del teórico protagonista ni te interesa lo que le pasa, ni lo entiendes, ni te implica su animación.

Porque esa es la última, los personajes están mal animados. Las expresiones son vacías, los diseños cutres, Tenar no tiene esa apariencia casi albina de una nórdica que leyendo las novelas te imaginas, ni Ged ese aire isleño con la piel oscura. Yo me imaginaría a Ged como poco con rasgos polinesios, y si me apuran negro, y si me lo hubiesen puesto como un africano no me hubiera disgustado. Aquí tiene la piel menos tostada que mis hijos en verano, y dado que han heredado mi constitución pálida, la adaptación es casi insultante. El malote final no está mal del todo, pero como la animación se les va, no acaba de entrar por los ojos, nunca mejor dicho. En la escena final la mala animación hace que las escenas sean deprimentes.

Así que, en resumen, trama incomprensible, mala animación, frases profundas al pedo, personajes mal adaptados, y fondos que sólo son espectaculares al principio. Lo peor, que sólo entiendes lo que está pasando si has leído los libros, y si los has leído lo que ves te duele. No se sostiene por sí mismo, y desde luego por comparación con el original se desmorona cual castillo de cartas.

Al cubo de basura, y a otra cosa.