jueves, marzo 27, 2008

MADHURI BAILA: Aaja nachle

Y seguimos con el hindi... Mi amadísima Madhuri Dixit bailando. Para esta mujer no pasan los años, oiga. Recuerdo que comentamos una vez con Khiladi la posibilidad de que los hindis hagan tratos con el demonio para no envejecer... Porque si está operada, qué bien se lo han hecho. Nada que ver con la Duquesa de Alba, que la pobre... Mejor no comentar.

Video dedicado a Naga, que está tan enamorada como yo de esta señora. O más.

Ah, agradecimientos a: Khiladi, que nos dio a conocer Bollywood; y a Yatsu la sacerdotisa azul, por este video en concreto.

martes, marzo 18, 2008

CIMENTANDO AMISTADES

Hoy, niños y niñas, vamos a contar una bella historia épica de amistad, supervivencia y engrudo. Por este orden, sí. Más o menos.

Empecemos con la base: todo espesó... quiero decir, empezó, cuando Varnae hizo un ofrecimiento de buen corazón. Al huir sus padres a tierras más fértiles, o al menos con mejor churrasco (aka no llores por mí, Argentina), la casa le quedó grande a él, su loro, su perra, su pájaro pinto, su serpiente y su varano. Así que nos ofreció hospitalidad a mí, a su novia, y a algunos amigos más. Esto se ha convertido en algo parecido a una comuna hippy, pero con anfitrión. Sobre sus excelencias como tal hablaremos otro rato.

En algún momento me ofrecí a preparar mi famoso risotto con verduras, un plato sencillito y de gran éxito en las reuniones de amigos. Cómo iba a saber yo que de algo tan simple, medido y que tengo tan por la mano podía surgir tamaño horror. Cthulhu, muérete de envidia...

Pedí ingredientes básicos: arroz, vino blanco, queso parmesano, verduras, caldo de gallina blanca... Y ahora viene lo bueno.

Para empezar, Varnae hizo una compra cuanto menos variopinta: el queso se lo compró a los gitanos y el vino... Más barato que el Don Simón. Y quien me diga que un vino cuanto más peleón mejor es que no se ha tenido que enfrentar al légamo de pantano que surgió de la olla. No era vino peleón, era un peso Welter (Naga dixit). Yo había venido algo dormida, así que me dediqué al noble arte de la siesta. Así pues, Naga y Varnae se hicieron cargo de los primeros preparativos. Craso error: el pimiento se cortó fino como un suspiro y al ser la moza alérgica, hubo que prescindir de él. También se añadieron algunos ingredientes sorpresa, por aquello de que en la variedad está el disgusto (y la sorpresa también, sí). De los huevos de codorniz hablaremos luego.

Al haber empezado una cocinera y seguir otra (aparecí cual zombi a medio freír la varieté), hubo algunas diferencias de criterio. Léase, el arroz nadaba en el aceite. Y con ello quiero decir que se hacía unos largos estupendos. Naga sugirió echar más arroz para que lo absorbiera, y yo me vi en un remake de la historia del cordero de mi madre cuando estaba recién casada (algo así como el cuerno de la abundancia, que comes y comes y nunca se acaba, pero en gore). Me negué firmemente, así que allí quedó el arroz pidiendo un salvavidas con desespero. Tanto daba, porque también se negó a beberse el agua...

Cuando eché el caldo, ya estaba resignada a mi suerte. Eché tres veces sal con la esperanza de que al menos cogiera algún sabor. Misión: Imposible. El único sabor que se notaba era el del vino Welter y el del queso gitano, que por cierto tenía un regusto a rancio que hacía pensar en el pie de toda la vida. No es que no fuese parmesano, es que dudo en aplicar el término lácteo a aquella masa rayada por pudor hacia la pobre lengua española.

Y ya para terminar vino el maravilloso milagro del cambio de estado: aquel arroz, ahogado en aceite y caldo, y que se negaba a dejarse cocer (no hubo ni un aviso cuando pasó directamente de estar duro cual piedra a ser una jodida gacha), quedó hecho sopa durante un rato, el que tardamos en poner la mesa. Cuando llegó a ella, por algún misterioso proceso de termodinámica aplicada o similar, se había convertido en un engrudo muy apto para cimentar nuestra amistad. Y un chaletito en las afueras, también. O una urbanización, ya puestos.

Naga consiguió hacerlo pasar a base de tabasco y más sal aún. El resto engullimos aquello por nuestros santos cojones.

Y un palito. El que hubiese hecho falta para que bajase por el esófago.