martes, mayo 05, 2020

Dos libros, dos puntos de vista: Los Amnésicos y El Gran Delirio

Hace demasiado que no dejo reseñas sobre los libros que leo últimamente, más que nada por una falta total de tiempo. La verdad es que me he salido bastante de mis gustos habituales (Ciencia Ficción y Fantasy en su mayoría) y me he dedicado a bucear en toda clase de géneros, para variar. Esto es culpa, en gran parte, de un exceso en el consumo de lo que sí me gusta. Incluso lo bueno cansa, dicen, y dado que viajar a Barcelona en tren me permitía leer bastante más de lo que podría yendo en coche o andando al trabajo, mi consumo de libros aumentó. Exploré autores nuevos, probé autóctonos muy interesantes (recomiendo si no la conocéis a Libertad Delgado, que tiene una capacidad tremenda de escribir novelas entre lo histórico, lo fantástico, lo psicológico, lo terrorífico y lo sencillamente descacharrante) y me reencontré con algunos viejos amigos ficticios como Harry Dresden o Merry Gentry. Ah, y acabé la saga de los Heroes de Moore y me leí su novela corta The CEO can drop dead, en un registro realista, sobre el acoso laboral.

A lo que iba, dos de mis lecturas recientes han sido dos obras de ensayo sobre el nazismo, sus causas o consecuencias, y la Segunda Guerra Mundial. Mi único problema ha sido que, de volver a leerlas, invertiría el orden. Me equivoqué y leí la más seria después. No cometáis mi error.

Los amnésicos: Historia de una familia europea, de Géraldine Schwarz, es un concienzudo ensayo sobre el olvido y el echar tierra a los asuntos que nos desagradan o nos dejan en mal lugar. La autora reflexiona de forma muy aguda sobre los efectos de las excusas, del olvido, del no querer aceptar responsabilidades morales. Dado que habla inicialmente de su familia y sus reacciones al régimen nazi, hay una tensión terrible al tener que juzgar a los propios familiares, y lo que hace fascinante la lectura es el rigor y la seriedad con la que aborda el tema del "hombre medio", el que no desfilaba y mataba pero tampoco se implicaba para ayudar, el que se aprovechaba de la ruina ajena pero guardando hasta cierto punto una conciencia tranquila. Los resultados de sus análisis son bastante escalofriantes, y cuando empieza a aplicar ese mismo análisis a otras situaciones históricas, desde el genocidio armenio hasta las actuaciones de Francia en África, desde los crímenes cometidos por desidia hasta la gente que hace la vista gorda para ahorrarse problemas, y llegando finalmente al nuevo auge de movimientos de ultra derecha, te hace reflexionar sobre la necesidad de aprender la Historia, de investigar, de conocer, y tal vez de perdonar pero nunca de justificar.

El gran delirio: Hitler, drogas y el III Reich, de Norman Ohler, entra en otras consideraciones. Desde su leve pincelada al Imperialismo y sus desmanes con el opio, hasta el gran apoteosis de la metamfetamina usada a destajo por el ejército alemán durante la Segunda Guerra Mundial, Norman es capaz de contarte auténticas atrocidades con un desparpajo y una ironía que a ratos te puede provocar una mezcla de hilaridad y espanto. Lo que cuenta está rigurosamente estudiado, citado, y cuando no sabe algo no finge saberlo (¡gracias autor!). Yo conocía el uso de las drogas en el ejército (informémonos sobre el Vietnam, por poner un ejemplo), y también sabía ciertas cosas sobre el uso de estas por parte del III Reich, merced de un marido psicólogo que entre otras cosas ha estudiado algunas vertientes de psiquiatría y el uso histórico de las drogas farmacéuticas. Pero lo que hay relatado aquí es otra cosa. Lo que te cuentan aquí es un delirio, un despropósito, un abuso irresponsable al límite. Muchas cosas que sabía sobre el III Reich, incluyendo los exterminios, victorias y derrotas, y uso de campos de concentración (imprescindible leer a Primo Levi, entre otros), quedan iluminados de una forma bastante más descarnada. La capacidad de trabajo y la profesionalidad de los ejércitos nazis se te derrumba, y escenas tan espantosas como el sacrificio de niños de 12 y 14 años ahogados en minisubmarinos y en estado delirante por el uso de drogas pone la piel de gallina. El autor te lo cuenta con ironía, ya que hay cosas demasiado terribles para explicarlas sin humor o sin censura política, así que el autor tiró por una opción que me parece tremendamente inteligente, como es usar un punto de burla sutil sobre todo el tema. Hitler hinchándose a vitaminas y vísceras animales en descomposición en vena (el vegetariano, sí), el alto mando abusando de toda clase de substancias, la industria farmacéutica haciéndose de oro mientras los soldados pedían metamfetaminas como si fueran caramelos para la tos. Inmenso, espantoso, y lamentablemente aplicable a ciertas situaciones modernas. ¿Pues no es hoy la cocaína la "droga de la gente guapa"...?

Si os apetece aprender, reflexionar, e incluso echaros alguna risa a costa de lo peor de la naturaleza humana, y que en mi opinión no nos queda tan lejano hoy día, estos dos libros son de lectura obligada. El primero, para los que nos gusta pensar que podemos llegar a tener conciencia y hacer un poco menos malo el mundo, el segundo para los que estén interesados en el uso abusivo de estupefacientes en la guerra, en conocer un poco el lado más lamentable del III Reich y descubrir que no todo eran monumentos, desfiles, uniformes de diseño, o los horrores de los campos de exterminio, o simplemente por curiosidad sobre la naturaleza humana y qué nos lleva al exceso, con todas sus terribles consecuencias, matanzas, genocidios, guerra, pero también autodestrucción por estupidez.

Muy recomendables.

Receta de hoy: hinojo con boniato

Habitualmente cocino un poco de todo, siempre que tenga tiempo. Me gusta tanto los fideos chinos con pollo y espárragos trigueros, como las lentejas al curry, como una buena tarta de zanahoria. Sin embargo, tras tres días intensos en lo cárnico (en el mercado uno de mis puestos favoritos tenía la panceta cruda barata, y no me pude resistir a preparar panceta con hinojo), hoy ha sido vegetariano. No muy estricto, porque he añadido nata para hacer las cosas más melosas, pero bastante vegetariano. Como estamos todos de encierro, aunque ya a la salida, y mi hijo me ha pedido que apunte algunas recetas para que no se pierdan, ahí va eso para los que quieran probar. Es bastante sencillo y queda delicioso.

Se necesita:

-Aceite, yo uso de oliva pero al criterio de cada uno.
-Un hinojo entero.
-Un boniato de buen tamaño.
-Una cebolla hermosa.
-Nata de cocinar.
-Un vaso de vino blanco.
-Caldo vegetal (yo he usado el de hervir la col y la patata del día anterior).
-Sal y pimienta.

Primero, se pica la cebolla y se pone al fuego con aceite y sal (la cebolla, como me enseñó una amiga cocinera, se hace mejor si se le echa un poquito de sal). Lo he puesto directamente en la bandeja que luego irá al horno. Mientras la cebolla se dora ligeramente, se corta el hinojo entero a rodajas finas. Si eres de los lentos cortando, como es mi caso, te dará tiempo a que la cebolla se haga ligeramente. Si eres extra-rápido como los cocineros profesionales, tendrás que esperar un poquito. Y si eres más lento que la media, quizás debas bajar el fuego o picar todo y dejarlo preparado en platitos para irlo echando cuando cada elemento esté listo. Depende un poco de la velocidad de cada uno, que no todos somos Gordon Ramsay (desde aquí toda mi admiración por su slow roasted pork belly o panceta, os pongo el link aquí para los más carnívoros).

Una vez echado el hinojo sobre la cebolla, echas un vaso de vino para que se evapore. En ese momento la cocina olerá a gloria. Aprovechad para ir cortando el boniato en rodajas (se puede hacer pelado pero yo lo suelo lavar bien y ponerlo con piel, me da la impresión de que queda más gustoso así). Se echa por encima y se baja el fuego. Entonces se echa el caldo y se deja que hierva un poco mientras se precalienta el horno a 200º. Se echa la nata pasados unos cinco minutos de hervor, un poco de pimienta recién molida por encima, y al horno.

Recomiendo para que se haga bien darle un golpe de calor de unos 15-20 minutos y luego bajarlo para que se haga más lentamente unos 30-40 minutos. Todo dependerá del horno, porque por desgracia yo voy muy a ojo. Tras varios cambios de casa y tener que ajustar mis tiempos de cocción cada vez a nuevos fogones, inducción, y varios tipos de horno, me he convertido en ese tipo de cocinera que mira por el cristal y dice: "creo que ya está, ¿qué te parece?"

Se puede acompañar de un arrocito, por ejemplo un basmati con un toque de hierbas y mantequilla y quizás unos guisantitos. Yo he servido, en el sobrante del caldo vegetal, una quinoa con col y brócoli. El resultado es un plato muy colorido, con el dulce del boniato y la suavidad melosa del hinojo que entran deliciosamente junto con la quinoa, en este caso. También podéis usarlo para acompañar una hamburguesa o un vigoroso trozo de carne, ahí cada uno. Mi opción ha sido totalmente vegetariana y con los niños ha triundado mucho.

La próxima vez, haré fotos para que veáis el resultado (los niños y mi marido no dejaron muchos restos para enseñar). Saludos y si lo probáis, dejadme un comentario con vuestras impresiones.

¡Quedaos en casa y cuidaos!