Me explico: el primer día llegamos hacia las doce a Llavorsí, de donde nos recogió una chica muy simpática y nos llevó a nuestro hotel en Tavascán. Tan pronto nos inscribimos, nos dieron llave y nos planificaron una visita (super-recomendable) a las instalaciones de la central hidroeléctrica, una auténtica catedral bajo tierra. Gracias, tío Paco, por dejar semejante monstruosidad para nuestro regocijo. Aquello parecía Moria.
Una vez fuera de la visita (en serio que es para verlo... sólo vimos la parte más "visitable", léase turística, y ya te dejaba con la boca abierta), nos dedicamos a explorar un poco el pueblo. Dos ríos, varios puentes, y avistamientos de hombres oso. Qué belleza.
Segundo día: nada, relax. Total, una excursioncilla de cuatro horas por el parque natural de los Pirineos, camino arriba, camino abajo. Casi nah.
-¡Abetear! ¡Abetear! ¡Abetear!
Nos metimos por senderos que una cabra se negaría a transitar, por el gusto, por que yo lo valgo, y por mis santos webs. Sospecho que no se trataba de otra cosa que la cabezonería congénita, porque por otro motivo no me habría metido en semejante berenjenal, y menos con mi vértigo. Pero allá que iba, chirucas en pie y manos en el aire...
Tras semejante machaque, gratificante pero cansado, nos tomamos la tarde con calma. Al día siguiente, no obstante, allá que fuimos otra vez: por la mañana, rafting río abajo.
Por supuesto, con esto nuestro natural masoquismo no quedaba saciado, así que nos dio por juntar con la tarde vigorosa: BARRANQUISMO. Y yo con estos pelos.
Hicimos el curso de un río, rappeleando (no, no leíamos fortunas, para los que buscan el chiste fácil...), andando, y llenándonos de agua hasta el caracú. Aquello fue una actividad altamente avergonzante, de lo que desdichadamente apenas guardo fotos. Hubiese sido bonito inmortalizar el instante en que mi marido se atascó y no podía pasar por uno de los toboganes de agua hasta que ésta se acumuló detrás y lo sacó ("pop") como el tapón de una botella de champagne. No obstante, para que no sufráis por falta de información gráfica, héteme aquí con traje de neopreno:
Del cuarto día sí que no guardo memoria. Nos levantamos, desayunamos abundantemente, volvimos a la cama y no hicimos nada. Por lo visto, llovió, pero en nuestro estado apenas nos enteramos de ello salvo cuando salimos a cenar y vimos el suelo mojado. La media pensión es algo maravilloso.
El quinto día SÍ salimos, como los heroes que somos. Hicimos una miniexcursión, visitamos la iglesia del lugar (que tenía la llave más grande del mundo... ¿alguien recuerda ese cómic de los Profesionales?), vimos un poco la montaña... vamos, de tranquis. Para nada los excesos atléticos de los primeros días.
Que hermosura de murciélagos tenían, oiga... fue un gusto de viaje, vimos de todo menos zorros (aunque sí una huella de ellos en el suelo), nos patemos lo impateable y acabamos con un derrengamiento... que no nos impidió ir a por queso en la feria de la oveja de Llavorsí.
En fin, que lo hemos pasado en grande. Ya sabéis, si queréis dedicaros a hacer el cabra, aka turismo rural y deporte de aventura, echadle un vistazo al ignoto Tavascán. Algo duro de acceder a él, pero vale la pena. Os admirará lo que podéis llegar a aguantar...