jueves, abril 19, 2012

Sobre malos y buenos, y otros clichés

Estos días aprovecho la baja por maternidad para ver películas y leer, ya que el amamantar al pequeño Galliard no deja mucho espacio para más. Creo que desde la Universidad que no leía tanto.

Curiosamente, mis lecturas han derivado hacia temas más serios o bien realmente intrascendentes. Me explico: lo mismo me da leerme Mi árbol de naranja lima de
José Mauro de Vasconcelos que cepillarme la serie manga de Yugi-Oh. Recomiendo el primero a cualquiera que quiera leer un excelente libro poético sobre el maltrato infantil en entornos de pobreza extrema (¡qué ganas de liarse a ostias me dio, y qué llorera...!), y la segunda a los que disfruten de un canto a la amistad con toques Pokemoneros; reconozco que Yugi-Oh me ha decepcionado un poco ante una segunda lectura (la leí hasta el tomo 14 hace años, y ahora la he disfrutado hasta el final), ya que aunque los primeros tomos son excelentes, con un toque de terror a lo Cuentos del Guardián de la Cripta, y encuentro que la saga final en Egipto y la despedida son preciosos, la estructura narrativa en torno a los duelos se me hace cansina a medida que éstos se alargan. Siempre he sido fan de los duelos de la serie Utena, que se resolvían en dos minutos o tres como mucho (de reloj, duran tanto como la pieza musical que los acompaña y define filosóficamente), y que eran simplemente el desenlace de todo el desarrollo psicológico del capítulo, a menudo siendo la explosión violenta aunque estilizada (como corresponde a un anime shojo) de una neurosis perfectamente detallada.

Por otro lado, las películas que ando viendo van desde clásicos como Doce del Patíbulo (1967), pasando por Slumdog Millionaire (2008), Sopa de Ganso (1933) o Alejandro Magno (del 2004, excelente en su versión extendida y con unos actores magníficos, aunque el terrible pelucón del protagonista resulte hipnótico en exceso y éste se vea demasiado madurito de edad para el papel que interpreta, por otro lado, impecablemente), hasta películas de dibujos animados de toda la vida. Entre otras me he dado el gusto de ver Arrietty y el mundo de los diminutos(2010), Tiana y el sapo(2009), José el Rey de los Sueños (asombrosamente correcta para lo que me esperaba) (2000), y... Ana y el Rey, o El Rey y yo, como queráis llamarla.

Supongo que todo el mundo conocerá Ana y el Rey de Siam (1956), ese adorable musical interpretado por un impresionante, cómico, dramático, sensual, despótico y finalmente trágico Yul Brinner. Basada en el musical El Rey y yo, que a su vez era una versión de las memorias de Anna Leonowens como maestra en Siam (la actual Tailandia), previamente versionados en una película del 46 y que fueron objeto de una nueva versión adaptada muy libremente en 1999 con unos excelentes Chow Yun Fat y Jodie Foster como Rey y Ana respectivamente, es una historia más que conocida con unos números musicales pegadizos.

A la versión animada, también de 1999, le pedía yo muy poco fuera del consabido final feliz de rigor. Aunque todo el romance entre los dos protagonistas es meramente ficticio, los personajes son tan carismáticos que no puedes dejar de desearles lo mejor, pese a todo. A estas alturas puedo confesar sin rubor que la versión en imagen real de 1999, con su final lírico y contenido, me gusta menos que el musical del 1956 pese a que este segundo sea tan trágico en su desenlace. Por otro lado, no veo forma alguna en que un hombre como el Rey (con todas sus esposas y concubinas) pudiera casarse y ser "felices para siempre" con una maestra inglesa viuda. Lo mejor por tanto es dejar ese romance en el limbo indefinido de los "y si...", como hacen en la version de 1999 con gran elegancia.

De la versión dibujos animados me esperaba un final mucho más rosa, y en ese sentido no me ha decepcionado. Pero por el resto... Bien, debo decir que nunca he soportado ese género de "malo tonto desgraciado torpe e inútil", que parece ser el epítome de "malo gracioso" y que intenta ser también el alivio cómico. No lo aguanto, me resultan insoportables ese tipo de personajes, lo mismo que el clásico malo "yo lo hago todo bien, cómo molo, jojoajoajoa". Hay clichés que, como tales, no me estorban; pero cuando un personaje antagonista se convierte en mera caricatura pretendidamente graciosa me resulta harto cargante.

De esto no quiero que se entienda que me gustan los malos infinitamente listos, pretendidamente ingeniosos, que hoy día están tan de moda y que siempre andan dando la paliza a los buenos porque éstos son tan tontos o tan ingenuos. La fascinación por el mal me parece absurda, ya que éste, como elemento ficticio o real, siempre me ha parecido tristemente inevitable y banal. A ese respecto me gustaría recordar la delicadísima y poética novela El último Unicornio de Peater S. Beagle, que representa un mal sin mayúsculas, sin estridencias, profundamente humano. El mal forma parte de la naturaleza humana, y habitualmente es mezquino, dañino y terriblemente pequeño. Las veces que he conocido a gente realmente dañina me ha sorprendido, sobre todo, su profunda mezquindad. El psicópata asesino no tiene otra salida, es alguien terriblemente pequeño y guiado por un complejo de superioridad y una serie de problemas químicos cerebrales; el compañero de oficina que te boicotea en el trabajo no tiene ni siquiera un asomo de grandeza. Por todo ello, la fascinación con el mal me parece absurda, adolescente y ridícula llegada cierta edad.

Me desvío, no obstante, del tema: lo mismo que la fascinación por el malo me parece absurda, el ridiculizar a éste para que sea "gracioso" me resulta irritante. Supongo que debe ser a causa de un exceso de empatía, pero cuando empiezo a ver un desastre tras otro que le ocurre al teórico villano divertido me pongo de mal humor. Nunca me hicieron gracia, por ejemplo, las contínuas desventuras del Gato Silvestre y el canario Piolín, una criatura salida del infierno e irritante hasta lo indecible.

Tampoco me gustan los malos perfectos, intachables, que ponen en evidencia a un bueno simplón, inocentón, tonto en resumidas cuentas, cobarde en muchos casos. Cuando escribo, lo mismo que cuando leo, me gustan los antagonistas que se mueven en un entorno de grises, que tienen sus motivos (válidos o no), y unos protagonistas humanos, con debilidades pero también con puntos fuertes. En resumidas cuentas, no soporto la caricaturización y la simplificación excesiva.

Entiendo, no obstante, la necesidad de simplificar en cierta medida. En una película, en general, es complicado mostrar una gran complejidad psicológica (a menos que ése sea el tema principal del argumento); complicado, que no imposible, por otro lado. Normalmente se recurre al uso de personajes cliché porque éstos funcionan, el público sabe cómo reaccionar a ellos, la historia se mueve con mayor facilidad con ellos. Pero el guionista se ve en la difícil tarea de lograr que los clichés no sean meras parodias, que respiren, que tengan lo más importante de todo: un alma que conmueva al espectador. Esto es particularmente decisivo en las películas de dibujos animados, dirigidas a un público familiar e infantil, que no tonto.

Disney, habitualmente, logra este objetivo sin dificultades. Con malos de gran categoría como la Úrsula de la Sirenita (1989), o el Bokor Doctor Facilier de Tiana y el Sapo (2009) (¡y cuánto me gustan ambos, qué glamourosos, implacables, humorísticos y terroríficos son!), con protagonistas sin muchos grises pero sí mucho carisma, logran que sus historias funcionen a la perfección. La prueba es que puedes ver mil veces sus películas, y no te cansas de ellas. Lo mismo me ocurre con las películas de Hayao Miyazaki (Nicky la pequeña bruja, Porco Rosso, El castillo ambulante, etc), que aunque cae en los malos "divertidos", lo hace con la bastante simpatía por ellos como para que parezcan entrañables antes que ridículos.

De las películas de dibujos de otros productores debo decir que los resultados son desiguales. Tenemos por ejemplo la tremenda El Príncipe de Egipto (1998), que pasa de amable cine familiar a trágica relación entre hermanos enfrentados, sin caer en extremismos. Lo mismo comprendes a Moisés que a su "hermano" Ramsés, cosa complicada, ya que te hacen empatizar con ambos bandos sin ningún fanatismo: todos tienen razones, si bien no razón, que son cosas distintas. Del mismo estudio, sin embargo, tenemos también José el Rey de los Sueños (2000) y La ruta hacia El Dorado (2000), ambas del mismo año y con unos protagonistas atípicos y un diseño muy interesante, pero cuyo argumento no acaba de enganchar debido a que resulta difícil empatizar con los personajes (sinceramente, aunque en José me caen todos bastante bien excepto -desgraciadamente- el protagonista al menos inicialmente, en El Dorado me importaba un pito si los protagonistas rebentaban a media película). También tenemos la ligeramente fallida Anastasia (1997), con protagonistas picarescos, un diseño de personajes muy interesante a todos los niveles, pero con un malo... ridículo. Lo mismo vale para la dulce pero decepcionante La Princesa Cisne (1994), que al igual que pasa con Anastasia, da la impresión de ser un producto teatral con escasos medios a la hora de contratar personal: pocos personajes definidos y una cierta sensación de vacío, al centrarse en contar la historia de los protagonistas y recurrir a caricaturizar a todos los personajes secundarios. Aparte de este fallo, hay otro que me resultó particularmente duro: las canciones atrozmente cantadas en la versión española: de tantos gallos aquello parecía un corral.

Es una lástima decir que Ana y el Rey no llega ni a eso: si bien el villano de La Princesa Cisne es ridículo hasta decir basta, tiene sus momentos. En cambio, el de Ana... nada. Ni un mínimo de carisma. Para colmo, la escena de la canción del silbido es infecta hasta decir basta, con un dragón ridículo al que vencen cantando una tonada que en ese contexto, en vez de pegadiza y entrañable, se convierte en absurda. Lo mismo puedo decir de todos los "grandes" momentos cómicos a cargo del comparsa del malvado principal. Ni uno ni otro tienen el más mínimo gancho, los "gags" cómicos resultan cansinos, en la línea Warner de "a más porrazos, más se reirá el público", y donde un diseño de personajes que no está mal y unos números musicales que en el 46 daban vida a una película encantadora no salvan el tremendo fiasco que resulta todo el film en general. Sólo consiguió arrancarme una sonrisa cada vez que parafraseaban a Yul Brinner, o al musical original, imagino.

Boba, sosa y sin sentido. Y con lo peor de los tópicos del cine familiar para acabar de aderezarlo. Creo que, de todas las películas de dibujos que he visto, es la peor.

Si encuentro algo que la haga ganar puestos, os lo avisaré para que sobre todo, no cometáis el error de verlo.

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