lunes, octubre 07, 2013

EL OCUPANTE, de Sarah Waters

El tema de las casas encantadas es como un género en sí mismo dentro del terror. A poco que hayas visto o leído algo, tienes por fuerza que conocer las bases. La originalidad de El Ocupante es que une lo más tópico y lo más original, en un planteamiento ambiguo y desasosegador con momentos puntuales profundamente perturbadores. La autora sabe cómo convertir los elementos más cotidianos en algo muy Unheimlich, como diría el bueno de Freud. Cosas que se comportan de forma antinatural, fenómenos extraños, muertes terribles y conmovedoras...

Al principio nos encontramos con que el narrador de la historia, un médico sin demasiada proyección económica pero trabajador y respetable, nos explica el origen de su amor por una vieja mansión. A medida que la historia transcurre, a ese amor se le van sumando elementos de obsesión, mientras que el lugar se va convirtiendo en el escenario de hechos espantosos, en los que la lógica no tiene lugar. Recuerdo con particular incomodidad la escena del espejo, que debería resultar absurda mal contada, pero que resulta tremendamente perturbadora por la maestría con la que es narrada, aunque hay escenas posteriores igualmente desagradables. El Ocupante, sea lo que sea (al final, si has sido un lector atento, puedes intuir de qué se trata por lo que te explican de la casa y de sus habitantes, incluyendo su doctor en el círculo familiar en este caso), tiene un comportamiento perverso y errático, asesino en ocasiones, reflejando a la perfección las filias y paranoias de cada uno de los integrantes del drama.

No sé cómo describir el profundo malestar que me invadió al leer según qué escenas sin estropear el efecto a otros lectores. El ambiente es malsano, la sensación de inevitabilidad es trágica, y la casa en decadencia parece querer vengarse de sus habitantes en algunos momentos. Sin embargo, lo que se insinúa a lo largo del relato es igual de malo, o peor. Tras analizar algunos de los puntos claves de la historia, yo pienso que no es únicamente la casa la que actúa, aunque no hay asesino físico. De hecho, la novela entera es a la vez un canto de amor mútuo entre un edificio y una persona, y un relato malsano de obsesiones, terrores profundos y hechos inquietantes absolutamente inexplicables con las leyes de la física en mano. Queda la posibilidad de echarle la culpa a la neurosis colectiva de los habitantes de la casa, pero yo me inclino más hacia la hipótesis más perturbadora que proporciona el realismo mágico. Simplemente porque me cuadra mucho más.

Una lectura recomendable, estremecedora y, si mi idea de lo que ocurre es cierta, tremendamente fatalista. A la manera del Otra vuelta de tuerca de Henry James, el relato te hace dudar de la palabra de los que la explican, tanto del doctor como de sus pacientes, y deja al lector con la miel en los labios y la posibilidad (remota, por supuesto, pero existente) de una explicación lógica... y de una absolutamente anormal y terrible.

Por mi parte, un diez.

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