miércoles, septiembre 16, 2020

Musicales: Love never dies VS Hamilton

 Cuando empezó el encierro por la pandemia en marzo, hubo una recaudación para el hospital de Nueva York, que estaban totalmente saturados. Para captar fondos, alguien tuvo la brillante idea de emitir musicales por Youtube de forma que los beneficios por visualización. El ¨Yo ya he donado¨ nunca tuvo más fuerza y sentido que en ese momento, ya que el primer musical seleccionado para este bienintencionado experimento fue Love Never Dies

Para los que no conozcáis gran cosa de musicales, comentar que este engendro es la segunda parte de The Phantom of the Opera, basada en la novela homónima y a la que es extremadamente poco fiel, de la que hay una versión en película bastante flojita con Gerard Butler en el papel del Fantasma, cosa que queda realmente mal debido a que el actor es demasiado guapo para el papel y no da la talla en cuanto a voz. Mi Phantom favorito es el de Michael Crawford, que le sabe imprimir un tremendo aire de locura desquiciada y desgarro, y que a nivel musical es inmenso, pero podría haber perdonado la buenorrez, con perdón, de Gerard si no fuera por todo el resto. Una Christine a la que hubo que adaptar las canciones porque no llegaba al registro. Una orientación al romance con el ¨monstruo¨, que no deja de ser un viejo pederasta deforme acosando mediante mentiras a una adolescente. Y aún así, no me disgusta del todo, porque soy masoca y porque en esos tiempos del estreno cinematográfico (que fui a ver al cine) no podía disponer de la versión íntegra con Crawford y Sarah Brightman en su primera actuación. Si vais a ver el musical, es la única mínimamente interesante, pese a lo edulcorado de la trama, porque respeta lo suficiente la figura del monstruo para entender que es el villano, por mucha lástima que pueda dar a ratos. La otra versión realmente potente del clásico (que no es más que una versión Broadway de una novela gótica a la que no hay que exigirle demasiado a nivel trama o trasfondo) es la miniserie que hizo la BBC con CANTANTES DE ÓPERA y números operísticos reales. Fausto, señores, Fausto. Nada más que decir.

Pero como siempre, me distraigo del tema principal. Love Never Dies intenta ser una secuela, no de la novela original, ni de la historia narrada en general, o de la versión blanco y negro, ni siquiera de la primera versión del musical, sino de una visión deformada por el propio autor del musical... Es como una fanfic de pésimo gusto y nula calidad. Es dañino, pesado, amoral y degradante para aquellos que tuviéramos mínimo interés por los personajes del drama musical original. Después de un número de apertura decente y hasta bonito de escuchar, Til I hear you sing, Andrew Lloyd Webber demuestra estar totalmente gaga en una suma de despropósitos que parece más ganas de vengarse de la que fue su actriz y cantante fetiche, Sarah, que de contar nada con cara y ojos. La vergüenza ajena invade al espectador al intentar establecer paralelos entre los personajes del primer musical y los monigotes sin alma que desfilan ante sus ojos horrorizados. Números musicales ridículos, canciones ñoñas y cargantes, personajes inconsistentes, escenografía que parece mala copia de Moulin Rouge o de Greatest Showman, reacciones ridículas, justificaciones de la pederastia y la violación, enfrentamientos en que un asesino en serie le pega la bronca a un marido cornudo por haberse dado a la bebida cuando hasta su hijo pasa de él (toda la autoridad moral está de parte del asesino, claro), escenas de grooming a menores, débiles excusas para justificar lo que en manga llaman Harem (osea, todos los personajes femeninos, venga o no a cuento, enamorados del Phantom), la mayor muestra de irresponsabilidad parental en pantalla nunca vista, niños que pasan de su padre para irse con un tío con máscara que acaba de conseguir que maten a su madre... Todo mal.

Para poner a los pobres espectadores confiados en que el fiasco no puede ser tan grande en antecedentes, Andrew compuso The Phantom of the Opera para Sarah Brightman, que empezaba su carrera como cantante en aquel momento y tenía un cierto aire de ingenua requetemona. A Andrew, que ya tenía su edad y una carrera como compositor de musicales, la moza le debió poner muy borrico e hizo una proyección, aún por suerte velada, para la obra musical. Interpretada por un acertadísimo Michael Crawford como loco, deforme y algo anciano mentor enamorado de la jovencísima cantante, sin llegar al asco que inspira el monstruo de la novela, consigue un resultado muy apañado y decente. Luego Crawford se retiró y empezaron a meter a actores menos afeados, de interpretación más grandilocuente que enfermiza, y empezaron también los desbarres en los que la protagonista parecía enamorarse más o menos del tipo que finge ser un ángel enviado por su padre. Ahá. Todo mal de nuevo. Sarah al cabo de un tiempo se largó, hizo su carrera profesional con montones de actuaciones, discos, y hasta alguna película que otra (está realmente magnífica en Repo the Genetic Opera), se casó, tuvo hijos, vamos... hizo su vida, lo que viene a ser normal, lejos del tarado obsesivo de Andrew. Y entonces Andrew sacó la segunda parte.

No puedo resumir eso porque tendría que volver a verlo, y el único motivo por el que lo hice la primera vez fue por donar, y porque estaba sosteniendo una conversación on-line con mi amiga Carmen preguntándonos qué hacíamos viendo aquello, y si realmente nos preocupaba tanto donar al hospital de Nueva York. Es, definitivamente, horroroso. Todo es una excusa para que un viejo al que su amante más joven abandonó explique, desde su punto de vista, por qué es correcto raptar y violar a una menor, ya que mediante mentiras y engaños descubre que al final ella siempre le quiso y el hijo que tiene de su matrimonio es del violador, porque todo el talento musical del niño es herencia del padre. El que la madre fuera una gran intérprete no tiene nada que ver, claro. Niño que no tiene problema, por cierto, en que ridiculicen a su padre putativo, que su madre se convierta en un pendón desorejado vestida de pavo real (literalmente), o que el que dice ser su padre biológico sea un asesino, violador, y lo rapte también a él para continuar en una escena de grooming rozando lo pedofílico difícil, muy difícil de tragar. Un delirio enfermizo de viejo rencoroso proyectando sus neuras sobre inocentes personajes que no hacía falta maltratar así. Y la música, por Dios. Si al menos fuera el caso de que los números musicales, si cierras los ojos, fueran salvables. Ni eso. 

Mi único lamento al terminar el horror es que el niño no espabile medio milímetro espiritual, deje de parecer un consumidor contumaz de heroína (porque algo tan flojo como la marihuana no justifica el nivel de cuelgue y falta de autoconservación del niño en cuestión), y le pegue un par de tiros a la asesina de su madre maltratada y acosada de nuevo por su stalker, violador y maltratador emocional, y al susodicho. O que lo empuje al mar. Cualquier cosa, pero no ese final edulcorado y totalmente vomitivo sin pies ni cabeza.

A mí me encantan los musicales, en serio. Los amo. Sigo viendo las reposiciones televisivas de Siete novias para siete hermanos y me preocupa cero que sea machista, desfasada, etc. Es fruto de su época y a quien no le guste que no la mire, pero yo disfruto como una enana. Y me encanta Sweeny Todd (musical, no ese horror con Johny Deep haciendo el ridículo), y podría seguir con una larga lista, pero dejémoslo aquí. Hasta los musicales de Bollywood me gustan. Pero esto había sido muy duro, hasta para una incondicional como yo.

Por suerte, ayer recuperé la fe tras tan duro golpe. Y el responsable de ello es Hamilton, disponible en Disney Plus.

Hamilton tiene dos premisas que deberían haberme echado atrás. Primero, el tema. Es una biografía política sobre los ¨padres fundadores¨ de Estados Unidos, en concreto de Alexander Hamilton. Not my coup of tea. Segundo, la forma. El 100% de la obra es musical, y la mayoría de números son de rap. Y no soy precisamente fan del rap, pero extrañamente funciona de maravilla. Con un casting interracial que incluye al doblador del padre de Moana como George Washington y a cantantes de color interpretando entre otros a Lafayette, debería resultar un panfleto infumable sobre la interculturalidad y la grandeza de USA. Y no, funciona porque es espectacular a nivel musical, a nivel de coreografías, a nivel de personajes, a nivel de guión. Es irreverente, ningún personaje (salvo tal vez Eliza) carece de claroscuros, tiene muy claro que las personas históricas en que se basa no eran precisamente infalibles y de hecho, los hace meter la pata, y empatizas. Empiezas con un protagonista insoportable al que todo le sale bien de pelota y un amigo/antagonista al que tienes simpatía, y a lo largo de la segunda parte le dan la vuelta a la tortilla. Y esos tres números musicales con el Rey George, con la mirada en blanco y soltando babas mientras canta desquiciadamente cómo te va a mandar a sus tropas a matar a tu familia y amigos para recordarte que te quiere son increíblemente delirantes, cómicos y terribles a un tiempo. La pobre Angelica y su desgarro inmenso, la insatisfacción de Burr, el cansancio y resignación de Washington, el tránsito del protagonista, las peleas de gallos entre él y sus oponentes políticos. Si las discusiones entre diputados fueran rapeadas, creo que me interesaría más la política, más cuando hay tremendas puñaladas referentes a la falta de moralidad del esclavismo y otras perlas. Y Eliza, atrapada en todo ello, madre, esposa, engañada, desgarrada, desdeñada, pero contando su historia pese a todo.

Escenografía de diez, coreografías complejas y simbólicas tremendas, personajes complejos, un guión sin concesiones y sin pausas, no sé qué más decir. Me invade el amor. De veras, me invade el amor. A veces hasta la propaganda histórica rapeada es redonda. Y en este caso, lo es.

Consejo: no lo veais cansados, a la vuelta del trabajo, porque es tan intensa que agota. Pero si tenéis un ratito, o mejor dicho tres horitas y buena compañía con la que comentar después, es muy recomendable.

Resultado: Love Never Dies KO en cuanto acaba el primer número musical, Hamilton vencedor indiscutible y una de las mejores cosas que he visto este año, así en general.

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