Tras una larga carrera de gerontófila, babeando tras hombres mayores que yo y todas esas cosas, he descubierto la verdad universal: los viejos deben morir. ¿Por qué? Bueno, empecemos por el principio...
Redoble de tambores
Cuando hace unos meses fui a ver Memorias de una Geisha al cine (sigo prefiriendo el libro, muchas gracias), esperaba quedar levemente decepcionada. Los peinados parecían diseñados por un francés, el baile que hace Sayuri parece sacado de un concierto de J-Pop, Hatsumono se paseaba con el pelo suelto... Más allá de la polémica sobre los actores chinos, me dolió visualmente en mi alma de purista perfeccionista. Además de todo esto, el actor que hace de Nobu no tenía ni carisma, ni esa dureza que tiene el personaje original, por no mencionar como Mameha y Sayuri tienen una relación casi "Disney", llena de tópicos sobre el amor al Danna y basura sentimentaloide semejante, mientras que en la novela la maestra de la protagonista era la primera en hacerle espabilar. En fin.
Pese a toda esta suma de factores, la película no me desagradó. Sólo hubo una cosa que hizo que durante toda la película mis manos se enganchasen a los reposabrazos sacando uñas: el detalle de tener sentados a dos ancianitos encantadores que NO PARARON DE HABLAR EN TODA LA PELÍCULA. No sabéis lo que es intentar afinar el oído para captar las piezas tradicionales de música japonesa que pululan inadvertidamente por la banda sonora de Memorias mientras una pareja cotorrea sin pausa. Agh. Salí del cine dispuesta a buscar esa BSO y me encuentro con que el CD sólo contiene las piezas de John Williams. A tomar por culo, hala.
Tomemos aliento antes de seguir.
Anteayer mi amiga Yatsu nos llevó a ver el espectáculo de la compañía Yamato, un grupo japonés de Taiko. Para los puristas (como es mi amiga la rubia) este espectáculo, que mezcla escenografía cuidada, payaseo de teatro e incitaciones al público (vamos, que nos hacían batir palmas como a monitos) puede chocarles un poco. Ciertamente, en un principio andaba yo un poco desubicada, pero pronto los alardes de todo aquel grupo perfectamente conjuntado me dejaron sin aliento. Si bien me desconcertaron al principio las risas, pronto estaba tan arrobada que todo me daba igual.
Esos tambores son así de grandes, de veras
Tocando el shamisen
En el teatro no dejaban hacer fotos, así que no llevé cámara (las que véis las busqué por internet, obviamente). Ahora me tiraría de los pelos por ello: armamos tal escándalo y mostramos tal entusiasmo en el espectáculo que los del teatro Apolo nos hicieron pasar por la puerta de atrás y vimos a los artistas en directo. Simpatiquísimos, además. Luego me dirán que los japoneses son antipáticos. Salieron a firmarnos sin ni siquiera haberse cambiado de atavío. Que majos.
Sólo una cosa me molestó: dos ancianitos tocabolas que se pusieron a hablar cada vez que sonaban koto, shamishen o flauta tradicional. En la pieza de flauta (adoro las flautas, el Prelude a l'apres-midi d'un faune me pone la piel de gallina) sacaron hasta unas PASTILLAS JUANOLA. ¡¡¡¡AAAAAAAAAAAAAAAAGH!!!!
Así pues, de vuestra estresada y alérgica amiga (¿he dicho ya cuanto detesto la primavera? ¡¡Parezco un reno!!), dos recomendaciones, niños y niñas:
1)Si podéis ir a ver Yamato, id. Es divertido, es impresionante y disfrutas cual vil enano.
2)Si se os sientan al lado un par de ancianitos, MATADLOS. Por vuestro propio bien. Eso sí, con mucho respeto, que luego se murmura sobre la falta del mismo hacia los mayores...
4 comentarios:
Deberías ver lo que sale de mezclar a un percusionista de estos (con sus inmensos tambores) y Fred Frith a la guitarra. No apto para mentes conservadoras.
¿A quién no se le pone la carne de gallina con Debussy? En realidad diría que estás en lo cierto y me sumaría a la legión de admiradores de ese instrumento si no fuera porque suele ser el más utilizado para enseñar solfeo (en muchos sitios de forma obligatoria) a los niños. Y todo sería genial si no fuera porque esas pequeñas bestias se entretienen en enseñar sus progresos a sus progenitores cuando al mismo tiempo son tus vecinos. Es francamente irónico que llamaran a ese instrumento flauta dulce. Je.
Ciertamente, creo que todos hemos odiado esa flauta de niños o de vecinos xD
me hubiera gustado ir a verla =_=
Me imagino que llegados a según que edades lo cultural es cosa de los demás. Pero, bueno, eso es trivializar y aquello de las generalizaciones.
Lamentable a nivel personal de cada uno cuando solo quiere dejarse embargar y escuchar, y la estadística hace que se te plante delante el elemento desagradable con sus hábitos de incontinencia para hacer de factor subversivo.
Aunque irritaciones aparte, siempre queda la sensación de lo visto, y si ha sido agradable mejor. Es lo que cuenta.
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