miércoles, marzo 16, 2011

Heroes torpes


La mañana era fresca y el aire olía a rocío y flores marchitas, dulzonas. Ernesto abrió los ojos para ver cómo Laurita se apoyaba en el marco de la ventana abierta, como si no notara el frío, ahí desnuda contra la luz blanquecina del amanecer.

La miró con fijeza, ya que no quería perderse ni un detalle de aquella estampa. A lo mejor no tenía ocasión de repetirla, le decía una voz en su interior. La acalló, ya que tenía intención de verla todos los días de su vida...

-Ehto ha sío un erró -dijo Laurita con su marcado acento.

-Ay, Laurita... podríah ahorrarme loh tópicoh, digo shó...

Ella se giró hacia él, con aquellos ojos suyos castaños llenos de chispas doradas, aquellos ojos que no deberían estar tan tristes siempre, incluso cuando reía, y que él se moría de ganas de llenar de felicidad.

-Lo digo mu en serio, Ernehtito... Eh que no ereh pa ná mi tipo... -meneó la cabeza.

-¡Claro que soy tu tipo, Laurita... no seah tonta! -respondió él, algo molesto en su orgullo juvenil de adolescente-. Soy uapo, soy lihto, te hago reí... ¿qué mah quiereh...?

-Ay, Ernehto, en serio... déjame hablá... -se pasó la mano por el pelo negrísimo, de un negro que incluso entre las castellanas era poco común-. A mí me guhtan loh tío aburríoh, aburríoh a morí... sho quiero un tío que le gute leé y que me pida lah sapatisha, que se quehe si le retraso la sopa de su horario, un tío grí... y te veo a ti, te miro y veo a un shavá sheno de ánimo y uenah intensione, ej que tú no lo ve, pero...

-¿Qué tiene de malo la uenah intensione? -preguntó Ernesto boquiabierto.

-¡Nah! Pero Ernehtito... tú tieneh musha, musha uenah intensione, tú te quiés comé el mundo, quiés arreglal-lo tó, vel-lo tó, tú... ereh como un cashorrisho con loh ojoh grandote, que eh guapo y eso, pero que sabeh que se va a meá por lo rinconeh, y a morderte lah sapatisha, y a shenarlo tó de peloh... ereh un heroe, Ernehto, lo sé cuando lo veo, lo noto. ¡Y sho no quiero un heroe, sho quiero que me maten del aburrimiento!

-¡Pero Laurita! -protestó Ernesto-. ¡Tú no nasit-te para una vía aburría...!

-¡Sha lo sé! -Laura, para su gran pasmo y cierta culpabilidad, se echó a llorar-. Grandísimo idiota... ¿eh que te cree que no sé...? ¡Eso eh lo peó de tó...! -la morena se tapó la cara con las manos y sollozó.

Ernesto se perdía muchas veces con las mujeres y sus rápidos cambios de humor, pero sabía que cuando una chica hacía eso, quería que la abrazaran. Se llevó un par de empujones, pero no cedió. Y al final la moza se le relajó entre los brazos, que era justo lo que necesitaba.

El chico seguía pensando que Laura se equivocaba, por supuesto.

Y se lo iba a demostrar.

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