Antiguo e-mail enviado a todos mis amigos. Del 26 de Agosto del 2003.
Hoy voy a contar mis surrealistas experiencias en el tren a Vic, que como todos sabéis tomo cada mañana a horas indecentes para ir al trabajo. Carta abierta a quien quiera leerla. Está basada en hechos reales. No pido contribuciones, aunque buena falta me hacen. Que una es pobre pero honrá.
SOBRE EL SEX-APPEAL DE BABEARSE EL HOMBRO
Vale, no sé si soy yo. Puede que sí, pero últimamente no paro de encontrarme Don Juanes de baratillo inmigrantes en el tren. Son una nueva especie de buitre de ala ancha, que daría envidia al condor de la canción. Para ellos todo vale, desde el clásico "estudias o trabajas" hasta el más moderno "do you speack english?" o sus variantes nacionales. También es apta la mísera escusa de preguntarte por su parada, para después sentarse a tu lado, pobrecitos, que disimulo el suyo teniendo en cuenta que el tren sólo está vacío en un 98% de su capacidad. O dar muestras de exagerado entusiasmo cuando respondes en su idioma, alabando tu acento (cosa que deja aún más en evidencia sus intenciones, sobre todo teniendo en cuenta como hablo yo el francés; debería estar prohibido hacerle eso a un lenguaje...).
Con un exceso de buena fe, la que suscribe responde siempre a las demandas de auxilio de los extrangeros; he ejercido demasiadas veces de guiri y me he perdido por demasiadas calles extrañas como para no sentir una punzada de solidaridad por los pobres mansos en mi diminuto corazón de piedra (sí, ése que guardo en una cajita en el interior de un huevo, que está dentro de un pato, en el interior de una liebre que permanece en una isla más allá del horizonte, igualito que Koschey el esqueleto perpetuo -consultar obras folklóricas rusas-).
Así que soy un imán de machos no-hispanos. Guerps.
Hasta ahora no tenía yo nada en contra de los inmigrantes, todos somos humanos y otras gilipolleces pseudo-hippies. Pero esto ya pasa de castaño oscuro. En lo que va de mes me ha acosado un gili sud-americano, un francés me ha echado los tejos, un paki me ha pedido mi móvil y un africano matrimonio. ¿Están tratando de volverme intolerante o qué? La única intolerancia que yo había desarrollado era hacia la lactosa, pero es que ya está bien. Por no hablar del moro conjonciano ése que se negó a hablarme por el mero hecho de ser mujer. ¿Dónde quedó aquello de "donde fueres, haz lo que vieres"? Si yo fuera a su país seguro que tendría que ponerme chador "por respeto a sus costumbres", pero esa regla no se aplica a ellos, míralos que majos...
Ah, por no hablar de la propuesta que me hicieron ayer de paternidad conjunta. Así, como suena: se me sienta uno al lado (este era africano, y más negro que mi humor recién levantada, de verdad de la buena), y a bocajarro, sin más, me suelta un "me llamo Tonn". Pos que bien. "I love you", seriedad, Bárbara, que estos extranjeros son raritos, no lo ofendas, no te estreses, pasa de él... "I wanna have your baby". Vale. Gran carcajada (por mi parte, of course). Telón, y aplausos. Gracias, Tonn, por esta muestra de humanidad variopinta.
Todo este asunto me levantaría el ego si no fuera porque, realmente, es patético. ¿Tan desesperados van? Al fin y al cabo, no estoy tan buena. Sobre todo cuando tengo sueño y/o un mal día, que es, de un tiempo a esta parte, todos los días. Debe haber algo intrínsecamente sexy en el hecho de quedarse dormida con la boca abierta, que es en el estado que me suelen encontrar estos presuntos homínidos buitrescos. ¿Serán las babas al puro estilo perro perdiguero que, incesantes, brotan de mis labios abiertos cuando me quedo sopas por haber dormido sólo cinco horas?
Creo que tendré que conformarme con estas leyes de vida y adaptarme al nuevo ecosistema. Podría empezar a repartir tickets para mi futuro harén, o darles cita a todos el mismo día, a la misma hora, en el mismo lugar y no aparecer yo. Todos vestidos igual (¿es que se piensan que los voy a reconocer en mi habitual estado narcoléptico?), por supuesto. A lo mejor se matan entre ellos, o crean una liga de hombres infra-ordinarios. Que estoy harta de insultar a los pobres carroñeros comparándolos con este triste ejemplo de masculinidad itinerante.
¿Creéis que entonces podría dormir tranquila en el tren?
Un saludo,
L Gato
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