miércoles, febrero 04, 2004

VIDA ONÍRICA

Hoy he soñado una historia de amor. Y no, no me refiero a una de esas en que hombre macizo y gélido se refocila con una buenorra boba con escote hasta los pies. Lo cierto es que era una historia tan cotidiana que parecía real.

Yo paseaba por un parque, cuando un perro, uno de esos rubios de largas orejas (como Virus, el perro de la novia de mi hermano), se me vino encima con esa fiereza emotiva y babosa que caracteriza al amor a primera vista. Le saludé con caricias y palabras animosas. El dueño venía detrás, un señor mayor de aire picassiano. Traía también otro perro, negro y más grandote. Nos pusimos a charlar sobre todo y nada; no nos presentamos, sencillamente íbamos hablando mientras caminábamos, disfrutando del paisaje.

Recuerdo que yo llevaba el pelo corto, como a los quince años, tejanos grandotes de esos que heredaba, mi camisa a cuadros favorita y mi anorak morado con cuello de pelusa. Por aquel entonces no llevaba pendientes, y a menudo me confundían con un chico. El señor hablaba con voz algo cascada. Resulta que se dedicaba a pintar coches para las carreras, para que el dibujo les diese suerte. Hacía mucho que ninguno de los coches que él pintaba ganaba. Le hacía gracia el encuentro tan casual, tan misterioso y decidió tomarme por musa. No quiso ni preguntarme cómo me llamaba. Me senté delante de él. Él iba recitando mis supuestas virtudes y características, según él me veía. A cada una de ellas añadía una inicial al dibujo que se iba formando sobre el capó del coche, justo sobre el motor. Al poco se entreveía un óvalo, como la silueta de una cara hecha de letras.

"Más que una pintura, lo que ha hecho es poesía", bromeé yo.
"Tú eres la poesía. Yo sólo la escribo", respondió él con esa galantería pasada de moda de los sesentones de buena cuna.
Me levanté y le besé la mejilla.
"Eso es lo más bonito que me han dicho jamás".
"No es original..." dijo él, con una mirada entre asombrada y encantada.
"Lo sé, es de Bécquer" respondí. "Pero no quita que sea lo más bonito que me han dicho".
Recitamos juntos aquello de "¿Qué es poesía? Me preguntas..."

En un arranque de genialidad, firmó el dibujo "Gustavo Adolfo Bécquer" después de añadirle el diseño de dos ojos a la pintura acabada. Como en los barcos de los antiguos... ¿Eran los griegos? No me acuerdo. Para que le diese suerte y ganase la carrera.

Resumiendo, el coche no ganó, para gran frustación del buen señor, que me acusó de no ser buena musa. Me fui un poco triste a casa, y sin duda enfadada con él.

Al día siguiente nos volvimos a encontrar en el parque. Estaba muy contento, un representante vio la pintura y lo habían contratado para trabajar en Francia. Se iba a trabajar allí, así que se le había acabado el malvivir del paro. Nos despedimos con cariño, seguros de no volvernos a ver jamás, sin dejarnos las direcciones ni teléfonos de contacto, sabiendo que si nos volvíamos a encontrar sería sin magia, ni arte. A su edad, hay que permitirse la licencia de soñar, aunque sea a costa de perder contacto con la gente real. Hay una cierta cualidad de ensueño en lo que sabemos que jamás se repertirá. Sus perros me hicieron un show de entusiasmo y afecto animal, inocentes e ignorantes, saltarines y felices.

No quiso saber cómo me llamaba.

Y ahora llamadme cursi, panda de insensibles. Un saludo,

L Gato

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